
Robert Francis Prevost, de 69 años, es el primer papa estadounidense en los 2.000 años de historia de la Iglesia Católica. Pero su historia va mucho más allá de su nacionalidad: dedicó gran parte de su vida a servir en el Perú, donde incluso adoptó la ciudadanía peruana y se ganó el cariño del pueblo.
Hasta su elección como pontífice, Prevost presidía la oficina de obispos del Vaticano, uno de los cargos más influyentes, clave en la selección de pastores de todo el mundo. Había sido nombrado por el papa Francisco en 2023, con quien compartía una visión pastoral profundamente comprometida con los pobres y los migrantes.
“El obispo no debe ser un principito”
Fiel a su estilo austero y cercano, Prevost declaró el año pasado que el obispo debe “estar cerca de la gente, caminar con ellos, sufrir con ellos”. Ideas muy similares a las que impulsó Bergoglio, con quien tenía una relación fluida desde que era arzobispo de Buenos Aires.
Sus partidarios lo definen como una figura equilibrada entre las alas progresistas y conservadoras de la Iglesia, capaz de tender puentes en un momento de tensiones internas.
Una vida entre lenguas, números y vocación
Nacido en Chicago el 14 de septiembre de 1955, Prevost creció en Dolton, un suburbio del sur. Se formó en Ciencias Matemáticas en la Universidad Villanova y más tarde obtuvo un doctorado magna cum laude en Derecho Canónico en Roma.
Es un verdadero políglota: domina inglés, español, italiano y portugués, y lee latín y alemán.
Ingresó al noviciado agustiniano en 1977 y fue ordenado sacerdote en 1982. Su relación con el Perú comenzó en 1985 y se mantuvo a lo largo de las décadas, ocupando diversos roles en Trujillo y Chiclayo.
Cercano al pueblo, pero no exento de polémicas
Aunque su imagen es la de un pastor sencillo y comprometido, Prevost enfrentó denuncias de encubrimiento en casos de abuso sexual clerical. La diócesis de Chiclayo salió en su defensa, denunciando una campaña de desprestigio.
No obstante, su perfil internacional y su conexión con las periferias latinoamericanas lo posicionaron como una figura clave dentro del Vaticano. Tanto fue así que Francisco lo puso al frente de la Pontificia Comisión para América Latina.
“No podemos parar”
Tras la muerte de Francisco, Prevost insistió en que “aún queda mucho por hacer” y llamó a mirar el presente y el futuro de la Iglesia: “El mundo de hoy no es el mismo que el de hace 10 o 20 años”.
En su primer discurso como papa, habló en un perfecto español, señal de su profunda identidad compartida con Latinoamérica.