
Fueron ellos quienes lo introdujeron y lo convirtieron en un elemento fundamental e indispensable en los baños de los argentinos.
Poseer un bidet se asociaba con un ascenso social, aunque al principio no fue aceptado por todos. La Iglesia Católica lo consideraba inmoral, y muchas mujeres de clase alta se negaban a instalarlo en sus hogares argumentando que no eran “prostitutas francesas”.
Su uso se popularizó entre las clases medias durante el gobierno de Juan Domingo Perón, en la década de 1950, como parte del Segundo Plan Quinquenal, con el objetivo de promover la higiene y combatir epidemias.