
El 12 de agosto no figura en el calendario oficial de efemérides, pero en miles de hogares y redes sociales ya es una tradición: el Día Mundial del Hijo del Medio. Una fecha nacida en 1986 para reconocer a quienes ocupan ese lugar intermedio en la familia, entre la exigencia que recae sobre el mayor y la ternura concentrada en el menor.
Aunque surgió sin respaldo institucional, se consolidó como un homenaje simbólico al rol del mediador, el creativo y el equilibrista emocional de la fratría. La primera celebración tenía fecha variable —el segundo sábado de agosto—, pero con el tiempo el 12 se impuso como fijo.
Más allá de los mitos, como el llamado “síndrome del hijo del medio” que lo pinta como olvidado o desatendido, la realidad muestra otro perfil: desarrollan habilidades de negociación, adaptabilidad, humor y empatía. No cargan con el peso de las expectativas del primogénito ni con la sobreprotección del menor. Esa posición, que en la infancia puede ser un reto, funciona como un entrenamiento para la vida adulta.
La jornada no se caracteriza por actos oficiales, sino por gestos simples: elegir el menú familiar, recibir mensajes especiales o protagonizar una actividad pensada para que ocupe el centro de la escena.
En redes, abundan los memes y frases como “eres el mejor relleno de este sándwich” o “sin ti, no habría paz en esta familia”. Entre bromas y recuerdos, se refuerza una idea: el hijo del medio es clave para que la balanza familiar no se incline demasiado hacia un lado.
Lejos de ser un papel menor, su lugar enseña que no estar siempre en primera fila no significa ser irrelevante. Brillar sin ser el foco es una lección que muchos trasladan a su vida laboral y social, destacándose en áreas que requieren cooperación, creatividad y resolución de conflictos.
El Día Mundial del Hijo del Medio es también un recordatorio del valor de esos roles silenciosos que sostienen la trama invisible de los vínculos humanos.